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lunes, 24 de octubre de 2011

Brujas y montañas

Antes de llegar a la casa de los tíos Pablo y Dante, el lateral derecho del terreno se eleva considerablemente y una montañita media chueca sirve de divertimento obligado para que Mara suba y baje, una y otra vez, con pasitos cortos y algo temblorosos. O se quede sentada, ya en la cima, juntando bolitas de algún árbol, en compañía del abuelo o de alguno de los tíos. O se invente una penitencia arrebatada, por el reto de mamá o de la abuela, puchero mediante y observando, de reojo, cómo sigue todo en su breve ausencia. 

   En la casa donde yo viví mis años mozos de nena, a veces había montañas. Gigantes montañas de arena, ladrillos o escombros. Bastante seguido había montañas. En una casa en constante construcción, era lógico. Y eso me encantaba. Porque yo también disfrutaba de subir y bajar trabajosamente ese montecito. A veces era el trono de la Natalia reina; a veces la posta final del entrenamiento de una Natalia próxima a ser detective secreto; otras, el escondite de una persecución, y alguna vez también fue el lugar de lectura de los primeros cuentos.
 “Vení, tía”, me dice Mara, mientras me agarra de la mano y hace una fuerza imaginaria (con los músculos de su rostro, más que con los del resto del cuerpo) para obligarme a acompañarla. El destino, como (casi) siempre que estamos en el fondo de la casa de los abuelos (y el frente de la de los tíos), es la montaña. La subimos a trote y ella exagera una risa contagiosa y fresca, que deja al descubierto, uno a uno, todos sus dientitos de leche. La bajamos. Y la volvemos a subir, con el mismo ritmo. Ahora nos quedamos arriba, con el vientito de las 7 de la tarde que nos pega en la cara y Charly y Mora que nos revolotean por las piernas moviendo sus colas y pretendiendo ser parte del divertimento. Los echamos, con delicadeza, para quedarnos solas y poder sentarnos en la cima, sin sus lengüetazos ni empujones de caderas.
   Mara me mira y se ríe. Hago lo mismo, pero elijo una carcajada distinta. Pongo un tono grueso y terrorífico (para una nena de 2 y medio) y a ella se le borra la sonrisa. “Tía”, me dice por lo bajo. Le digo que no, que no soy su tía. “Soy la bruja”, ensayo.   Me mira a los ojos y me abraza. Me aprieta fuerte, me vuelve a mirar y me dice “Tía”, como queriendo reafirmar, por su propio bien, mi verdadera identidad. Y ahí vi el miedo en sus ojazos marrón clarito. Vi sus ansias de que yo sea yo y no la bruja. Y en un torbellino de flashbacks recordé mis propios miedos a la oscuridad, a los fantasmas, a los cocodrilos. Recordé con la mente, pero también con el cuerpo, la sensación exacta de esos infundados temores. “Soy yo, tonta”, reculé, con mi propia voz. Me miró con desconfianza y con la inseguridad que crea el propio miedo, arriesgó: “no existen las brujas”. Estuve tentada de decirle –de puro jodida- que sí existen, pero que en ese momento no había ninguna. Sólo para volver a ver esa enternecedora carita de susto y que vuelva a abrazarme. Pero mi amor de tía pudo más y le confirmé sus sospechas. La bajé a upa de la montaña, por pedido expreso de ella, y, una vez abajo, seguimos corriendo por la parte plana del terreno. Ese día, no volvimos a subir la montaña ni mencionamos aquello de las brujas. No fue una decisión consensuada explícitamente, pero ninguna de las dos intentó lo contrario. Imposible saber lo que pasó por su mente, pero el recuerdo de mis propios miedos evitó volver allí.
   En su inconmensurable mundo imaginario, del que yo soy parte de a ratitos, las brujas –que sí existen- pueden volver en cualquier momento a la mágica montaña gigante. Y  cuando eso pase, quiero estar con ella, pero no para asustarla, sino para defenderla y que escapemos juntas agarradas fuerte de la mano, hacia vaya a saber qué maravilloso lugar.     

8 comentarios:

  1. Que hermoso Naty! es un placer leerte siempre.
    Viole

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  2. Gracias Naty! Es precioso... Seguro que unos años cuado ella pueda leerlo, te dirá un Gracias Tía, por el escrito, por las palabras, por los abrazos, por las risas y por cada momento en que la acompañas a crecer... y la alejás de las brujas y "los malos" que dan miedo... Te quiero!!! Te queremos!!!

    Vivi

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  3. Ahora mismo. 24/10/2011 20:40 estamos "investigando huellas" con la detective Mara.
    Me encantó, Naty!! Te quiero mucho!
    Dany.

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  4. Muy bueno, muy tierno.
    Adrián

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  5. Hermosa historia Naty, y como siempre es un placer leer lo que escribís‼

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  6. Me encantó Nati. Muy bueno, me transporté a la montaña mágica.
    sol*

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  7. Muy lindo Natalia, te lo digo como tío que soy desde hace 4 meses.
    Saludos,
    Alfredo.

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  8. ME ENCANTÓ!! BUENÍSIMO PARA NARRAR!!!!

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