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lunes, 6 de marzo de 2017

Nuevos aires

Lacio y ligero, el pelo le rozó los hombros cuando desarmó ese rodete que cada mañana, incluso antes de cepillarse los dientes y lavarse la cara, improvisaba sobre su cabeza. Apenas lo sostenía con una banda elástica que siempre parecía a punto de romperse, pero resistía.



Por un instante se quedó mirándose en el espejo, casi no se reconocía con el pelo suelto. Le resultaba incómodo para planchar, para lavar los platos y después secarlos. También para fregar los pisos, lustrar los muebles y desinfectar el baño. Incluso cuando salía a hacer las compras o a llevar a los chicos a la escuela y el viento le azotaba el rostro, perdía visibilidad en esa maraña de tierra y mechones.

Apagó la luz de la habitación y caminó hasta la cocina. De una de las sillas tomó una cartera y de arriba de la mesada una pancarta casera que en letras rústicas decía “Igualdad”.

Se dirigió hacia la puerta principal, la abrió y antes de salir se detuvo. Se desató el delantal, sucio de grasa, y lo arrojó hacia una silla con imprecisa puntería. Se quedó mirándolo, hecho un bollo, en el piso. Sonrió. Cerró la puerta. Caminó, con el pelo suelto. Lacio y ligero.

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