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lunes, 3 de enero de 2011

Qué fantásticas, fantásticas estas Fiestas

(Publicado el 3/01/11, en La Tercera)
Lo bueno de las Fiestas es que todo lo que uno comienza a padecer y a criticar desde el primer día de diciembre tiene una mágica particularidad: puede ser tan terrible como maravilloso.
    No es fácil afrontar el mes de las Fiestas. De hecho, hay que estar psicológica y físicamente preparado. Desde la elección del lugar hasta la compra de los regalos, todo puede ser motivo de fastidio, discusiones y dolores de cabeza. 
    ¿Qué hay de lo que se va a cenar el 24? ¿Y el 25? ¿Se comen las sobras o se prepara algo diferente, teniendo en cuenta que será un almuerzo, que seguramente el clima será más caluroso y que, tal vez, no haya tanto apetito ni estómago que soporte tanta abundancia? Los clásicos de las Fiestas son el vitel toné, el pollo con ensalada rusa, el lechón con ensalada rusa, el asado con ensalada rusa, las pastas y algunos osados se animan a los sanguchitos de miga y al carajo con tanta preparación, hornos prendidos y post lavado de pilas de platos. Después de todo, la tradición argentina se copió de la europea y siempre olvida que es muy lógico comerse un lechón calentito mirando los copos de nieve por la ventana, pero bastante incómodo hacerlo en la galería de casa, con 30 grados promedio y la encantadora música de las chicharras. Algo similar ocurre con las confituras. Nueces para el amor, almendras para el sofocón, mantecol para el atracón y los infaltables budines y pan (es) dulce (s), sin frutas para mi, que mucho mejor quedarían con un buen mate de compañero, en lugar del champagne, la sidra y el ananá fizz.
    El tema de los saludos también es una característica diciembrera. A la juntada con familiares y gente que usualmente uno no frecuenta demasiado durante el año (en algunos casos, lo autorizo a que cambie “demasiado” por “nunca”) se le sumó, hace unos años ya, la salutación vía mensaje de texto y, algo más reciente, la virtual. Seamos sinceros: no caeré en el pecado de generalizar pero en-la-mayoría-de-los-casos, el mensaje de texto se inventó para saludar a aquellos por los que no gastaríamos una llamada. Dígame si en estas últimas Fiestas no recibió por lo menos un mensaje con el texto: “Felicidades a vos y a toda tu familia”. Sepa que ese mensaje no fue exclusivamente escrito para usted. Sepa que fue replicado a una lista de no menos de 50 personas. Peor es pasar desapercibido, es cierto.
    Lo de las redes sociales es otra cosa. En esa especie de casa de Gran Hermano virtual, donde todos vemos lo que hacen todos y mostramos lo que queremos que vean los demás, uno está casi obligado a saludar a los 362 amigos que tiene en su haber. A mi no me pasa. A esta altura, ya no saludo por obligación ni por compromiso, ni siquiera vía Facebook. Pero a algunos, si. Y así circulan cientos de tarjetas, fotos, saludos y mensajes navideños de gente que no vemos hace mucho o que, tal vez, nunca vimos. 
   Y el brindis. No sé si a usted le pasa, pero en mi familia, todos los años (y cuando digo todos es todos), los platos y los vasos comienzan a juntarse alrededor de las 23.30 y uno empieza a prepararse para el chin chin final (o inicial, en nuestro caso). Se acomodan las benditas confituras invernales en platitos, se sacan las bebidas-de-brindis del freezer y, cuando nos queremos dar cuenta, ya estamos todos con la copa levantada esperando que el de la radio de turno haga la cuenta regresiva. Nunca jamás brindamos exactamente a las 12. Por algún motivo que desconozco, siempre lo hacemos más tarde. El barullo, la radio muy fuerte, la pirotecnia, los perros ladrando… no sé. La cosa es que siempre uno dice que son menos 5 y el otro dice menos 2. Y en la discusión, el de la radio ya hizo la cuenta regresiva, ya brindó y nosotros todavía ahí, con las copas intactas.
   Las Fiestas representan días casi consecutivos en los que consumimos comida que sabemos nos va a caer pesada, tomamos tal cantidad de bebida que estamos seguros nos va a aniquilar el hígado, saludamos y dejamos saludarnos por gente que mucho no significa en nuestras vidas y protestamos porque siempre nos acordamos tardísimo de salir a comprar los regalos y Alem, Laprida y Esteban Adrogué son un hormiguero de gente. Pero también representan lo otro: el juntarse con aquellos que tan bien nos hacen; el extrañar a los que nos hicieron igual de bien y, por diversos motivos, hoy ya no están; el emocionarnos con las caras de los chicos al abrir sus regalos; el comer y tomar hasta no dar más, total al otro día no se labura; el estallar las copas al unísono y brindar por todos y cada uno de los que estamos ahí… y los que no. El desear, siempre, que venga algo mejor. No importa cómo ni con cuánta demora. Pero que venga. Y felicidades. Y chin chin.  ¡Y salud!.   

9 comentarios:

  1. Nati, me gusta cómo escribís. Te ganaste un seguidor de tus posts. Feliz año, muy feliz.

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  2. Bienvenido, entonces!!! Muy feliz año para vos! Ya nos volveremos a ver en las emocionantes sesiones del Senado... cuac! =) Beso!

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  3. grande naty conste que me lei toda la nota he beso grande grosa

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  4. soy yo leito taborda es q no entiendo mucho como funciona jajaja sino jamas sabes quien soy

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  5. “Felicidades a vos y a toda tu familia”.ja ja ja ja

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  6. Jaja, posta que pasa todo eso en las breves semanas de las Fiestas! Te mando un besooo! sole

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  7. Muy bueno Naty. Me hizo acordar mucho a Jorge Todesca y a Jorge Remes Lenicov escribiendo su columna en la revista Barcelona :p
    Destaco mucho la mención natural de lugares conocidos para la gente de zona sur (Alem, Laprida o Esteban Adrogué), o la misma situación familiar descripta en el brindis, que me recordó a mis propios brindis familiares en Monte Grande.

    Seguí así piba P:

    Un beso,

    Alfredo Coelho.

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