en los que soy feliz de otra manera,
todos los días tienen ese instante
en que me jugaría la primavera
por tenerte delante.” (Joaquín Sabina)
Se quedó mirándola por un largo rato, hasta que esa silueta pequeña y conocida hasta el hartazgo por él se perdió entre las otras siluetas desconocidas y entonces no vio más que rostros ajenos a su inquietante y repentino malestar. La había dejado ir. Era todo.
Sentado en el banco de la plaza, se quedó inmóvil. Con el codo derecho apoyado en una de sus piernas y el mentón sobre la palma de su mano, sólo atinó a levantar la vista y observar por un minuto eterno el apelotonado bollo de nubes espantosamente grises que se agrandaba a un ritmo acelerado.