Miedos, amores, amigos, rencores, heridas, caricias, espejos, charlas, misterios, matices, mates, cigarrillos, fresias, chocolates, cuerdas flojas, histeria, mil lágrimas, sonrisas, esperas, teléfonos, arrepentimientos, gritos, fiesta, daiquiris, suspiros, sorpresas, mails, espacio, incertidumbre, límites, angustia, placer, egoísmo, soberbia, impotencia, Benedetti, salidas, experiencias, éxitos, fracasos, Cortázar, Galeano, música, melodías, cerveza, café, castigos, libertad, soledad, reconocimientos, lunas y soles, los domingos de siempre, mentiras, sueños, finales, pesadillas, cambios, Arlt, despertadores, consejos, traiciones, carcajadas, desilusiones, esperanzas, caminos, opuestos, miradas, Cien años de soledad, costumbre, tormentas, abrazos, dolores, nacimientos, rupturas, abismos, puertas, candados, almuerzos, proyectos, viajes, silencios, mensajes, olvidos, carencias, paciencia, calma, sombras, peleas, manos, esfuerzo, todo y nada. Más y menos. Menos de lo mismo.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Jugar a ser

Lo de ser monja se me había ocurrido porque por aquellos años (8 o 9 míos) no sólo daban en la tele la serie “El pájaro canta hasta morir”, sino que después arrancó, made in Argentina, “La extraña dama”.

A mi tío Hugo la esquizofrenia lo había inundado de misticismo y un día nos regaló a mi hermana y a mí un crucifijo grande madera, a cada una. En realidad tenía una cadena, así que era un rosario. A mi mamá mucho no le gustó porque no estábamos bautizadas y la consigna siempre fue que ambas (mi hermana y yo) elijamos más adelante si queríamos pertenecer a alguna religión en particular o no. Con el tiempo, optamos por la opción “ninguna”. Pero ese es otro tema.