Miedos, amores, amigos, rencores, heridas, caricias, espejos, charlas, misterios, matices, mates, cigarrillos, fresias, chocolates, cuerdas flojas, histeria, mil lágrimas, sonrisas, esperas, teléfonos, arrepentimientos, gritos, fiesta, daiquiris, suspiros, sorpresas, mails, espacio, incertidumbre, límites, angustia, placer, egoísmo, soberbia, impotencia, Benedetti, salidas, experiencias, éxitos, fracasos, Cortázar, Galeano, música, melodías, cerveza, café, castigos, libertad, soledad, reconocimientos, lunas y soles, los domingos de siempre, mentiras, sueños, finales, pesadillas, cambios, Arlt, despertadores, consejos, traiciones, carcajadas, desilusiones, esperanzas, caminos, opuestos, miradas, Cien años de soledad, costumbre, tormentas, abrazos, dolores, nacimientos, rupturas, abismos, puertas, candados, almuerzos, proyectos, viajes, silencios, mensajes, olvidos, carencias, paciencia, calma, sombras, peleas, manos, esfuerzo, todo y nada. Más y menos. Menos de lo mismo.

jueves, 26 de agosto de 2010

Todos los cuentos, el cuento

En el 96º Aniversario de su nacimiento, un texto que escribí hace unos años y que intentaba ser una crítica de "Bestiario".

   De los ocho cuentos que compila “Bestiario”, Casa Tomada es, quizá, el más controvertido, por el fuerte contenido político-ideológico que muchos creyeron ver, cuando rastrearon los orígenes de este relato que -como cualquiera escrito por Julio Cortázar- presta a la doble y hasta triple interpretación. La historia simple de dos hermanos que habitan una inmensa casona se torna, cuanto menos, incómoda. La relación entre ellos es incómoda. Los personajes son irritantes y la casa, cuidadosa y perfectamente descripta, se vuelve la protagonista. El hecho de que Cortázar se haya exiliado durante el primer gobierno de Perón y, desde allí, haya escrito Casa tomada, generó la fantasía de que el cuento era una clara alusión al advenimiento del peronismo.

domingo, 15 de agosto de 2010

Inexorable

Uno de los estados que más debe inquietarme es, definitivamente, el de la espera. Y dándole vueltas al tema, llegué a la conclusión de que, paradójicamente, uno pasa (¿pierde?) gran parte de su vida esperando. Desde las cosas más cotidianas, superfluas e insignificantes, hasta las más excepcionales, necesarias y trascendentales. El detalle es que uno no es conciente de ello, excepto en los casos en que esa sensación, que bien podría denominarse “incertidumbre”, nos abruma.

sábado, 14 de agosto de 2010

Sin disfraz

La duda la alcanzó en el preciso instante en que empezaba a sentirse plena. En la mitad de su vida. O quién sabe si fue justo en la mitad. ¿Y si la vida fuera algo más que esto? Trató, en vano, de alejarla. Sólo consiguió transformarla, acrecentarla, empaparla de dudas viejas y llenas de polvo que alguna vez habían ocupado su mente adolescente. Pero en aquel entonces, las había empujado despreocupadamente hacia delante. Hacia el futuro. Un futuro que ahora, con un disfraz opaco de presente, la observaba sin titubeos y con un dejo casi juvenil de impertinencia.

Estar

La noticia la recibí en el lugar equivocado. Quizá tampoco era el momento… pero, pensándolo mejor: ¿cuál hubiera sido el momento? Nunca debería haber existido ese momento. Pero existió.
   A cientos de kilómetros de donde Nicolás había dejado de ser, recibí el llamado que nunca hubiera querido recibir. Con la noticia que nunca hubiera querido escuchar. No estaba sola. Estaba con mi compañera de andanzas periodísticas, a la que acababa de conocer. Y a la que, minutos antes, le había hablado, paradójicamente, de Nicolás. La frase en el teléfono, fue clara: Murió Nico. Un verbo conjugado en pasado, pero en un pasado reciente. Un pasado de minutos, o quizá horas, pocas horas. Y un nombre propio: Nico. Dos palabras que no terminaba de asociar. Que se repetían una y otra vez en mi mente como si las volviera a escuchar con el mismo tono de voz, acongojado y confundido, del que me estaba dando la noticia. El resto, fue silencio. Desconcierto. No llegaba a ser angustia, porque no parecía real aún. E imágenes. Cientos de imágenes. La verdadera angustia, las lágrimas, el desconsuelo… llegarían después, ya en Buenos Aires, cuando las dos palabras se materializaron en una sola imagen: el nombre y apellido de Nicolás en esa cartelera lúgubre que exponen las casas de velatorios.

Nunca se sabe

Lo mejor, siempre, es esperar un poco. Nunca hay que contestar al instante. Y esto me lo dijo un hombre, eh. Lo que no me dijo (y yo, evidentemente, me olvidé de preguntar) es cuánto es un poco. ¿10 minutos? ¿15? ¿Media hora?. Se lo contesto ahora y punto. ¿Y qué le pongo?. “Ok”, estaría bien. No, es muy seco, muy de compañeros que se encuentran al otro día para ir juntos al trabajo. Le pongo “Si”, pero sin signos de admiración, porque es demasiado entusiasmo para la primera vez. Pero “si” sólo, no. “Si, dale”, queda canchero, como superada, como que estoy acostumbrada a que me inviten a salir y no estaba esperándolo a él. “Si, dale, adónde nos encontramos?”. O podría proponer yo el lugar, para que sepa que soy una mina decidida. Que tengo el control. Y para estar en mi terreno, claro. ¿Pero qué me habrá querido decir con “ir a tomar algo”. ¿Un café?. Un café es de viejos. ¿Una cerveza?. Entonces, tendría que ser un bar. Pero un bar piola, tipo pub. ¿Y a qué hora?. Ni muy tarde, ni muy temprano. Son las 6 y media, si arranco ahora, para las 9 llego. Pero las 9 es la hora de la cena y no me invitó a cenar, puso “a tomar algo”. Y, si voy sin comer, la cerveza puede hacer estragos. Y recién me conoce, no es conveniente. Además, todavía tengo que bañarme, hacerme el baño de crema, secarme el pelo, planchármelo… mmmm, no, mejor, no me lo plancho. Al natural queda mejor, que no crea que me producí tanto. Una cita es algo natural, algo cotidiano (o debería serlo). Por eso, mejor me pongo un jean, la remerita verde que me compré la semana pasada, un look casual. ¿Y en los pies?. Botas. No, me cago de calor con las botas. Este tiempo de mierda. ¿Qué temperatura hace? ¿Dónde puse el control remoto? Ahí estás. Ajá. ¿Qué se pone una con 18 grados?. Con sandalias, me cago de frío y, aparte, ¿quién anda con sandalias, a esta altura del año?. Nadie. Zapatos, mejor. Ni muy cerrados, ni muy abiertos. Y con poco taco, para que después no me duelan los pies en la mitad de la noche. Y nada de maquillaje. O un poquito, bien natural. Ojos delineados, un brillito en los labios.

Culpa

Lo que realmente le molestaba de Marcos era su cara de pócker. En determinadas situaciones, Marcos ponía cara de pócker. Ante la llegada de alguna visita indeseable, por ejemplo. O cuando el perro del vecino lo saludaba efusivamente. Marcos odiaba a los perros y mucho más al del vecino. Era una cuestión de piel, decía. La cara de pócker era una cara vacía, pálida (más de lo habitual) y sin ningún tipo de gesto aparente. Pero era una cara que decía mucho más que cualquier otro gesto. La cara de pócker era un signo en sí mismo. Por eso a Laura la irritaba tanto.