Miedos, amores, amigos, rencores, heridas, caricias, espejos, charlas, misterios, matices, mates, cigarrillos, fresias, chocolates, cuerdas flojas, histeria, mil lágrimas, sonrisas, esperas, teléfonos, arrepentimientos, gritos, fiesta, daiquiris, suspiros, sorpresas, mails, espacio, incertidumbre, límites, angustia, placer, egoísmo, soberbia, impotencia, Benedetti, salidas, experiencias, éxitos, fracasos, Cortázar, Galeano, música, melodías, cerveza, café, castigos, libertad, soledad, reconocimientos, lunas y soles, los domingos de siempre, mentiras, sueños, finales, pesadillas, cambios, Arlt, despertadores, consejos, traiciones, carcajadas, desilusiones, esperanzas, caminos, opuestos, miradas, Cien años de soledad, costumbre, tormentas, abrazos, dolores, nacimientos, rupturas, abismos, puertas, candados, almuerzos, proyectos, viajes, silencios, mensajes, olvidos, carencias, paciencia, calma, sombras, peleas, manos, esfuerzo, todo y nada. Más y menos. Menos de lo mismo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Retrato

Está desconcertado. Cien ideas giran en su cabeza y ninguna parece certera. Cerró los ojos y se puso a pensar. ¿O a dudar?
 Apoyó el codo sobre la mesa y el mentón sobre su mano. Sólo el dedo índice se aísla de los otros cuatro y se levanta, erguido, justo en el medio de su frente, entre ceja y ceja. El ceño se arruga más de lo habitual y más allá de las marcas características de su ancha frente, aquella que, en la cima, alberga ese pelo gris oscuro, abundante y prolijo.
 Hay algo que lo perturba. Su mortalidad se presentó, insolente, al borde de los 80.
 El traje es verde oliva, como casi siempre. Las pecas, que inundan aquella mano sostenedora y salpican ese rostro lleno de historia, delatan los años. Los párpados cerrados, casi comprimidos, acentúan las bolsas debajo de sus ojos. Barba y bigote se hacen una y se confunden con la cabellera. No logro imaginarlo sin ellas. No hay Fidel sin barba, sin habano. No hay Fidel sin certezas. No hay Fidel a medias.

 Está preocupado. Sentado, parece apoyado sobre algún respaldo. Vuelvo sobre su dedo índice, que hace un hueco entrecejas, como si todo el peso de su cabeza estaría depositado allí, en ese dedo largo y fino, firme y sentencioso. No hay Fidel sin índice erguido.
 Parece sumergido en ese sueño que no se logra ni de día ni de noche. Es un sueño de siesta. Y digo “parece” porque no duerme, piensa. Y duda. Su gesto es una contradicción, una paradoja. Parece preguntarse lo mismo que, expectantes, nos preguntamos todos. Pero él –prudente-, no lo hace. Quizá su envidiable sabiduría le dice que no hay respuestas. Quizá las haya, sólo que ya no están a su alcance.

(22 de mayo de 2007, para el magnífico Taller de Crónica dictado por "La vaca")

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