(Publicada en Bien Urbano, el 8/3/13)-. Más allá de los descuentos en los shoppings y la marketineada de la que
se aprovechan los distintos rubros, el Día Internacional de la Mujer
conmemora una jornada de lucha, en la que 129 trabajadoras murieron
defendiendo sus derechos laborales. Con los años, la contienda fue
mutando, acorde a los derechos obtenidos, pero también a los pendientes
que, muchas veces, son producto de la cosificación del género,
trístemente ejercida por hombres… y por las propias mujeres.
Así como en el siglo pasado la lucha por
los derechos de las mujeres la protagonizaron unas 40 mil costureras
que pretendían unirse a los sindicatos, para mejorar sus pobrísimas
condiciones laborales, el advenimiento de un nuevo siglo trajo la
perpetuidad de esos reclamos, pero también el florecimiento de otros,
algunos ganados y otros aún pendientes, pero no por eso abandonados.
Si bien en la clandestinidad del aún
persistente trabajo en negro todavía flamea esa lucha, el nuevo siglo
trajo consigo un nuevo emblema de esta contienda por los derechos de las
mujeres: Susana Trimarco. La trata de personas, la prostitución y la
violencia de género existen desde que el mundo es mundo, pero su cruda
visibilidad se hizo manifiesta hace no tanto.
La mamá de Marita Verón, la joven
secuestrada por una red de trata y desaparecida desde 2002, no sólo se
cargó al hombro la investigación por el caso de su propia hija, sino que
gracias a ella fueron liberadas unas 20 mujeres secuestradas en
prostíbulos.
Susana Trimarco no va a claudicar y,
probablemente, descansará el día en que la justicia actúe como
corresponde sobre cada uno de los sospechosos.
La Biblia junto al calefón
El caso Marita Verón es, en sí mismo,
una representación clara de lo que esta frase inmortalizada por
Discépolo significa. Por una parte, la lucha de una mujer contra la
desvalorización total del género, contra la trata de personas, contra la
violencia de género. Por otra, toda una red trabajando para encubrir,
para someter a más mujeres, para prostituirlas, para violarlas, para
vejarlas, para cosificarlas.
Pero la cosificación no sólo viene de
parte de “los otros”. Ni siquiera específicamente del lado de los
hombres. Paradójicamente, son muchas las mujeres que se exponen a la
vidriera de la prostitución televisada, y exhiben sus atributos físicos
hasta ese límite que ya no les queda nada más por mostrar. Ni por ver.
Como si lo único valorable que tuviese
una mujer fuera su cuerpo, sus pechos, su cola, sus piernas, la
degradación es tal que se someten a prácticas cuasi prostituyentes, con
el único objetivo de alcanzar el peligroso sueño de la fama, tan
grotesco como efímero.
En la tentación no sólo cayeron quienes
siempre demostraron seguir un camino similar, sino también completas
desconocidas y hasta mujeres que supieron levantar las banderas contra
la violencia de género, en una inexplicable contradicción de discurso.
Conquistas y pasos en falso
Las mujeres lograron conquistas
importantísimas: desde el ingreso a la universidad y el voto, hasta la
obtención de cargos en puestos políticos y gerenciales, pasando por
detalles como determinadas leyes de Educación Sexual y Reproductiva.
También, en nuestro país, se dictaron
leyes que, si bien apuntan a la igualdad de géneros, terminan asentando
la desigualdad: un ejemplo de ello es la famosa Ley de Cupos, que no
sólo establece que las listas que se presenten deberán tener mujeres en
un mínimo de treinta por ciento de los candidatos a los cargos a elegir,
sino que obliga a los partidos políticos a poner en los tres primeros
lugares de esas listas a al menos una mujer. En la mayoría de los casos,
se puede ver que el puesto tres es siempre para una mujer. ¿Por qué no
el dos o el uno? ¿Por qué es necesario exigir un cupo cuando se supone
que las mujeres están igual de capacitadas que los hombres para ocupar
cargos?
El avance de la mujer en el terreno
educativo y laboral cambió su rol en el escenario social e incluso
fortaleció las prioridades profesionales de las féminas, por sobre los
cuidados de la casa y la familia. Así lo demuestra una investigación del
Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Argentina de la
Empresa (UADE) que, entre otros datos, destaca que la mitad de las
profesionales no piensa tener hijos en un futuro próximo y una amplia
mayoría considera que una pareja no debe tener descendientes para ser
considerada como tal. Lo que obliga, además, a un cambio de rol en el
hombre. Pero eso es tema para otro informe.
La mayor deuda pendiente: la libertad para elegir
Entre la cantidad de derechos que las
mujeres conquistaron hay uno en particular que sigue siendo resistido
por los sectores más reaccionarios de la sociedad: la despenalización y
legalización del aborto.
No sorprende que sectores afines a la
Iglesia Católica o grupos de extrema derecha desestimen e incluso peleen
contra la instalación del tema en el Congreso Nacional. Lo que sí
sorprende es que los sectores considerados progresistas no se den aún la
posibilidad de poner en serio debate una problemática que es una de las
principales causas de muerte de mujeres en la Argentina y en el mundo.
Muertes que, en general, se registran en las clases más bajas de la
sociedad. Muertes que pueden ser evitadas.
La libertad de elegir y de decidir sobre
el propio cuerpo es una deuda pendiente, postergada, que todavía no
llega a tener la fuerza y el apoyo necesario para derrotar prejuicios
anacrónicos que huelen a rancio pero que, viejos y todo, siguen marcando
caminos que van en contra de las mujeres.
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