Y a mí que tanto me deleita observar el detalle de un gesto, una mirada, una ceja elevándose justo cuando alguien se acomoda precipitadamente sobre un brazo cansado… Qué ingrato es el tren para quien se conforma con tan poco, con la obsesiva búsqueda de lo extraño y paradójicamente cotidiano. Por eso, cuando puedo, elijo cambiar. Nada mejor que una vuelta al hogar arriba del 165 para explorar a los otros, con mayor libertad y espacio, con semáforos de por medio, árboles y veredas a los extremos.
Por lo general, imagino que no hay otro esperando. Imagino que la gente que elijo observar transita una soledad penosa. Puedo verlo en sus rostros, en sus ojos perdidos, en el breve pero profundo suspiro que sueltan cuando se levantan del asiento y van a tocar el timbre. Y, cuando finalmente bajan, puedo comprobar que, al menos en la parada, no hay nadie esperándolos. Lo que sigue después es más incierto, aún, porque no puedo verlo. Por eso imagino distintas situaciones, depende de la persona en cuestión.
Hace no mucho tiempo, me detuve en una mujer de unos 40 años, alta y delgada. Ojos oscuros y grandes. Llevaba una cartera marrón y varias carpetas de esas con solapas transparentes. Antes de levantarse de su asiento, miró varias veces su celular: esperanzada, primero; inquieta, después, y algo triste, en el instante previo a tocar el timbre. Imaginé que ella también andaba sola por este laberinto gigante que es la vida. Imaginé, sin embargo, que alguna vez no estuvo tan sola y que era exactamente eso lo que ahora hacía que lamente el vacío impávido de la soledad.
En mi propio mundo de pequeños auriculares, unos violines empezaron a sonar y escuché a unos jóvenes Beatles esbozar “Ah, look at all the lonely people…” (“Ah, mira toda la gente solitaria”). Nadie mejor que ellos para resumir en unas estrofas la vida de Eleanor Rigby y, en ella, el universo inconmensurable de los que andan solos sin otra compañía que una cartera marrón y un par de carpetas de esas con solapas transparentes.
La mujer del 165 me deslizó una mirada, antes de bajar. Tal vez porque notó que la seguía con la mía. Tal vez imaginó una vida para mí, así como yo me inventé una para ella. Ninguna de las dos sabremos si acertamos. Ninguna jamás sabrá si la otra está sola o acompañada. Incluso, ninguna sabrá si a la otra le gustaría que alguien la espere en algún rincón, en alguna esquina barrial o si se mueve más cómoda en la apacible soledad. Pero eso no importa demasiado. Las historias más atrapantes son las inconclusas, las que conservan consigo el incierto sabor de lo imprevisible, de lo mágicamente insospechado.
¿Y nunca intentaste conversar con algún compañero de tránsito? Los más amables son las personas grandes...tal vez porque ya casi nadie los escucha y aprovechan la oportunidad cuando uno lo hace. Así conocí a un discípulo de Quinquela Martín (un viejito que había vivido con él, a título de aprendiz)y a quien después fui a visitar a su taller en la Boca...(ya debe haber muerto); y a un amigo de Saint Exupery, con quien viajó en avioneta por el sur de la Argentina, experiencia de la que es hijo el libro "Vuelo nocturno"...En fin, tengo libros de poesía firmados por sus autores...personas que conocí en el Roca y empezamos una conversación. Intentalo... Me encanta leerte. Gracias
ResponderEliminarAnónimo soy yo: Magda
ResponderEliminarGracias a vos por leerme, Magda. Qué maravilloso lo que contás. Yo nunca lo intenté. Es una buena idea. Ya te contaré las nuevas experiencias. Besos!
ResponderEliminarUps! Ese Roca,en que viajo. Todos los días. Solo. acompañado de Soledades. Y de Miserias de vida. Veo tantas personas que están solas pero en una soledad perdida. Tan perdida, que me siento acompañado de mi mismo. El Transporte público Natalia. Es así. Vos lo pintaste tal cual es mucha gente triste. Ni siquiera una sonrisa. Hay una leyenda..."La de Van der Sten, el Holandés Errante: Tiene un maleficio. Viaja y viaja y viaja, sin establecerse en ningún puerto y sin encontrar un amor". Viajar en el transporte público me hace ser protagonista de esa leyenda...¿Podré alguna vez desacer ese maleficio?. (No podía faltar T B).
ResponderEliminar¡Por supuesto que podrás!
ResponderEliminarSoy Norman. Nena, el "nostálgica de las vidas ajenas" es un alto eufemismo. Pero el "también" que colaste en la última frase (Imaginé que ella también andaba sola por este laberinto gigante que es la vida) denota un estado de ánimo. Y si bien la vida es una permanente fluctuación de estados anímicos, no está bueno leer a quien uno aprecia presentarse así. Todo pasa (nefaste pero efectiva frase de Julio Grondona). Beso. Y gran texto, por cierto.
ResponderEliminarEl "también" hacía referencia a las demás personas que andan solas por la vida...
ResponderEliminarGracias por leerme. Y por la buena onda de siempre. Por supuesto que todo pasa, pero prefiero que sea el de Los piojos ;)
Beso grandote.
Lamento profundamente que los fulanos de La Tercera siempre me afanen la exclusiva de tan brillante escritora, pero como no te garpo un mango me las banco y lo publico en mi página.
ResponderEliminarPD: Me sentí de muchas maneras identificado con tu relato.
Pero tenés toda la autorización para publicar estas "exclusivas" en tu página. Gracias por los elogios, aunque no creo ser merecedora de tanto...
ResponderEliminarCómo desearía que el próximo año tuvieras la columna literaria que siempre pensé tener en mi periódico, y aún no he podido lograr por muchas y diferentes razones.
ResponderEliminarTu nota es, profunda, nostálgica y pensante.
Te felicito.
Sabés quién soy?
Mmm... me sonás a Graciela... ¿acerté?
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