Bocanada

No había nada que temer en ese atisbo de nuevos aires y, sin embargo, temía.
Tal vez se había creído aquello del destino fatal y condenadamente solitario.

Temía. Pero, a diferencia de temores anteriores, y lejos de la siniestra parálisis del pasado, avanzaba y pisaba ese colchón de hojas otoñales, grandes y crujientes.

La luz no encandilaba. La luz era luz. Brillante. Luz.



El frío no congelaba. Frío de invierno con sol. Carente de viento, empapado de aire. Bocanadas de aire fresco.


Cerraba los ojos y respiraba profundo. Profundamente respiraba. Y soltaba.

Reía. Con la frescura de otros tiempos. Con la alegría de este tiempo. Con las mejillas, con la boca, con los ojos, con el cuerpo.

Soñaba. Pero, esta vez, era cierto.