Por un instante se quedó mirándose en el espejo, casi no se reconocía con el pelo suelto. Le resultaba incómodo para planchar, para lavar los platos y después secarlos. También para fregar los pisos, lustrar los muebles y desinfectar el baño. Incluso cuando salía a hacer las compras o a llevar a los chicos a la escuela y el viento le azotaba el rostro, perdía visibilidad en esa maraña de tierra y mechones.
Apagó la luz de la habitación y caminó hasta la cocina. De una de las sillas tomó una cartera y de arriba de la mesada una pancarta casera que en letras rústicas decía “Igualdad”.
Se dirigió hacia la puerta principal, la abrió y antes de salir se detuvo. Se desató el delantal, sucio de grasa, y lo arrojó hacia una silla con imprecisa puntería. Se quedó mirándolo, hecho un bollo, en el piso. Sonrió. Cerró la puerta. Caminó, con el pelo suelto. Lacio y ligero.
¡Qué lindo y bueno que hayas vuelto al blog! Saludos.
ResponderEliminarYa era hora ¿no? ¡Gracias!
EliminarAsí es! Te sigo leyendo. Saludos.
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